Hace doce años nació mi hija Julia. La primera... una monería de niña, si la mirabas a la cara llamaba la atención sus grandes ojos azules. Era la primera vez que me sentía responsable y sabía que esa responsabilidad iba a durar toda la vida. Las piernas me temblaban y de mis ojos cayeron un sin fin de lágrimas. Crecí tanto que no cabía en el escueto cuerpo del que la vida me había dotado. El corazón me creció, ya ves tenía que tener capacidad para una persona más, quizás la más importante. Percibí que mi sangre fluía mejor. Mis ojos, también azules, tenían otra luz, otro brillo, y mi cara experimentaba expresiones nuevas, las que provocaban el observar a aquella criatura nacida de mí. Mis manos se volvieron más mimosas, aprendieron a acariciar de otra manera, mis labios a besar con otro dulzor y mi mente a imaginar la felicidad que aquella personita me iba a regalar cada día.
El 24 de febrero cumplió sus doce años y me propuso hacerle una tarta adornada de fondant, nunca había hecho alguna, pero fue tal su empecinamiento que me decidí a elaborarla. Me empapé de ver vídeos tutoriales por la red, pedí consejos a personas cercanas y sabias en la materia, y este fue el resultado. Mi primera tarta fondant. Como le iba a negar a mi gran pequeña un deseo como este.
Bizcocho hecho de yogur griego, harina, huevos, aceite de girasol y azúcar. Mojado en almíbar con aroma de avellana. Relleno de ganaché de chocolate (mezcla de chocolate de cobertura con nata para montar). Decoración pasta fondant.

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